“CUANDO LAS EMOCIONES SE ESCAPAN DE LAS MANOS”

Los principales problemas de conducta de los niños se relacionan con falta de regulación y bienestar emocional y desde este enfoque, podemos encontrar estrategias de resolución eficaces.

Tener emociones sean cuales sean, es parte de la condición humana. Como dice el psicólogo Roberto Aguado, “es emocionante saber emocionarse”. Frecuentemente, la tendencia educativa en la familia es la de controlar y eliminar cualquier manifestación abierta de las emociones (especialmente las negativos o “desagradables”).

NIÑO ENFADADO

            Pero los niños no se inhiben. Cuando se frustran porque no logran algo o se les dice “No”, se ponen límites o hay cambios en su entorno, aparece normalmente el enfado, la rabia y el miedo. Los niños expresan estas emociones naturalmente mediante “problemas de conducta” con diversas manifestaciones: rabietas, explosiones de mal genio, oposición a normas, lloros, agresiones verbales, romper objetos, pegar a sus hermanos o incluso a sus padres. Estas conductas la mayoría de las veces son involuntarias, es decir, el niño no las puede controlar. Otras veces son “voluntarias” pero esto no significa que sean un ataque personal a sus padres, sino que la conducta tiene un por qué (una causa) y un para qué (tiene una función). Normalmente, nuestro hijo no quiere llamar la atención, sino que necesita nuestra atención para “regularse” pero la pide de forma negativa o inadecuada.

Los niños deben aprender a manejar sus emociones pero para ello, la actitud de los padres es muy importante. A partir de los 2 años en adelante, aparecen las rabietas y otras manifestaciones conductuales como la oposición. El niño puede descubrir que éstas son una forma de controlar y manipular a sus padres, ya que éstos se agobian y la mayoría de las veces, ceden ante sus exigencias y caprichos.  De esta forma, las rabietas serán frecuentes y tenderán a repetirse.

Las soluciones parentales más frecuentes a problemas de conducta suelen ser las siguientes:

  • Razonamientos “pedagógicos” (cuando el niño no puede escuchar ni reflexionar en pleno “ataque”).
  • Reñirle o juzgarlo: “pareces un bebé”.
  • Castigarlo en medio del conflicto.
  • Perder el control.
  • Hacer una sobre-atención afectiva: “ven aquí; no llores” o ceder.

¿Cuáles son las estrategias para solucionarlas o hacer un cambio comportamental en nuestro hijo-a?

1º-       Los padres debemos comprender que las rabietas u otras conductas corresponden a una etapa evolutiva normal y necesaria en la que nuestros hijos intentan lograr su autonomía y reafirmación:   “ Esta es mi mamá, éste es mi papá, y voy a comprobar qué límites están dispuestos a ponerme”.

2º- Eliminar el sentido negativo de estas conductas entendiendo que son la manera que el niño tiene de expresar sus emociones (miedo, enfado o frustración): hace lo que puede y lo que sabe. Es importante darles una visión positiva.

3º- Ante cualquier manifestación conductual “inadecuada”, los padres deben poner palabra a la emoción que siente su hijo, expresarla y aceptarla: “Qué enfadado estás porque……”. No debemos negarla ni desviar la atención a otra cosa: (“no te enfades; es una tontería; vete  a ver la tele”).

4º- Pongo límites como adulto de dos maneras:

  • Digo lo que permito hacer: “puedes llorar si estás enfadado; dar puñetazos al cojín, rasgar papel, saltar… para sentirte mejor”.
  • Digo lo que no le permito hacer: “no puedes pegar o romper las cosas”.
PADRE CON HIJA

5º. Intenta “ganar sin luchar”: no razones, juzgues, grites, amenaces…  Si se le riñe o castiga físicamente en este momento, incluso podemos aumentar la intensidad de la conducta que queremos eliminar.

. Lo mejor es retirar la atención (ignorar la conducta negativa):  marcharnos a otro lugar, mostrarnos tranquilos… Esto no significa no hacer nada, sino hacer activamente nada. Sermonear, gritar o poner cara de desaprobación son modos de prestar atención.A partir de los 3-4 años se puede hacer “tiempo fuera o aislamiento” es decir, sacar al niño de la situación donde muestra su conducta inadecuada y trasladarle a un lugar donde no exista la posibilidad de obtener reforzamiento. En esta situación:

  • No explicar al niño por qué se aplica el aislamiento.
  • Dejar claro que hasta que no se calme, no podrá volver a la otra habitación con ellos.
  • El aislamiento no debe ser muy largo (de 2-5 minutos según la edad). Se suele establecer un minuto por edad.

Una manera de hacer referencia al “tiempo fuera” es decir al niño que va al “rincón del enfado” para que se vaya “desenfadando”. Siempre se verbaliza la emoción (rabia, enfado, celos, envidia) para que el niño se sienta “aceptado” y pueda llegar poco a poco a la calma. Lo importante es que ellos sientan que su conducta inadecuada tiene consecuencias negativas y que no merece la pena repetir la función.

6º. Si el niño pega o agrede por estar muy fuera de control, el padre o madre le coge físicamente por detrás (de pie o sentado) para contenerlo. Se le dice: “no puedes pegar” pero sin gritarle ni pegarle a él. Aquí el adulto contiene al niño a través del cuerpo y el contacto físico “fuerte” con él mostrando una actitud enérgica y firme. No podemos olvidar que los niños no pueden poner palabra a lo que sienten, sino que sienten las emociones en su cuerpo (respiración rápida; aumento del latido cardiaco, mayor presión arterial..) Por ello, el contacto físico con ellos o la “descarga motora” les calma.

7º. Cuando el niño-a se calme y ceda la intensidad de la conducta, entonces podemos abrazarle y “razonar” o hablar con él sobre lo que ha pasado, comentarle que no se ha portado bien y enseñarle otra conducta alternativa.

Si se tratan adecuadamente estas situaciones de rabietas, lloros o “explosiones”, estas conductas desaparecerán progresivamente. La comprensión, la paciencia y el sentido del humor, serán los mejores aliados. No obstante, éstas pueden ser algunas actitudes que nos ayudarán:

  • Mostrarse contentos y orgullosos ante los primeros intentos de autocontrol del niño. Alabar su buena conducta y el hecho de haberse serenado y tranquilizado.
  • Reforzar de manera muy positiva los logros del niño cada vez que tenga un comportamiento correcto y adecuado (ayudar, recoger, colaborar…) sobre todo con besos y abrazos. También es adecuado hacer referencia a las emociones “agradables” que experimenta el niño: calma, seguridad, alegría…
  • El secreto es el autocontrol del adulto. De esta manera, no aumentamos la intensidad emocional del niño; ponemos límites pero acompañamos a nuestro hijo y “predicamos con el ejemplo”

Recuerde que sus hijos están aprendiendo a crecer y a generar confianza en ellos mismos, y que todo conflicto puede ser una oportunidad para crecer y no un callejón sin salida.