Cuando un ser querido cercano a un adulto muere, nos causa una herida profunda que tarda tiempo en cicatrizar. Pero en el caso de la muerte de un ser querido cercano a un niño (abuelo, madre, padre, hermano…), es muy difícil saber qué y cómo hacer y decirle sobre esa muerte. La primera actitud para evitar su sufrimiento o protegerlos puede ser mantenerlos al “margen” para protegerlos pero así pueden sufrir incluso más.
Los niños tienen derecho y deben ser informados con sencillez, veracidad y en un lenguaje adaptado de la muerte de un ser querido. Este momento es muy difícil y por ello, es necesario tener en cuenta algunas consideraciones para ayudarles a afrontar esta dura experiencia.
Cuando a un niño le comuniquemos la muerte de un ser querido debe ser abrazado y contenido por la persona más cercana o con el vínculo emocional más intenso, pero debemos decirle claramente que esa persona ha muerto y darle una explicación clara de la causa ( un accidente, una enfermedad…).
1. NO debemos transmitirles mensajes como “se ha marchado de viaje, está dormido, está en el cielo, no va a volver…”. Pueden provocar en el niño angustia e inseguridad y que tema que le puede pasar lo mismo a él o a otra figura de referencia. Emplear la palabra muerte es necesario y no es “incompatible” con añadir paralelamente aspectos de tipo religioso o espiritual según las creencias personales de cada familia.
2. Se le debe decir claramente que no ha sido culpa suya.
3. Los adultos no debemos tener miedo a mostrar nuestros sentimientos de pena o llanto delante de ellos pero debemos evitar caer en el dramatismo. Debemos permitir al niño sentir tristeza, angustia, rabia … y que exprese sus emociones y sentimientos. Esto le sanará al igual que nos sana los adultos expresar lo que sentimos.
4. Hablar de la persona muerta con naturalidad y no evadir el tema de la muerte. Ese ser “sigue en nuestros corazones” y continúa en nuestras vidas de otra manera. Debemos hablar de él, ver sus fotos… Recordarlo es duro pero ayuda a la elaboración del duelo.
5. Aceptar las reacciones emocionales o alteraciones de conducta secundarias que puedan aparecer (pesadillas, terrores nocturnos, hacerse pis en la cama, agresividad ) sin caer en la sobreprotección (romper rutinas, dormir con el niño, volver al pañal etc) para ayudarle a enfrentar sus propios miedos pero sin dejar de acompañarle y sostenerlo.
6. Intentar mantener la normalidad en la dinámica familiar para dar seguridad y confianza.
A partir de los 7-8 años, es conveniente que los niños acudan al funeral a no ser que no quieran y que les digamos con antelación en qué consiste la ceremonia. Los ritos ayudan a canalizar emociones y DESPEDIRSE ES MUY IMPORTANTE. No podemos aplicar el lema “ojos que no ven, corazón que no siente” porque no vale en esta situación. El dolor va a estar mucho tiempo y los niños necesitan hacer también la despedida y el duelo de la separación. Los rituales tienen gran importancia en la elaboración del duelo.
Recordemos que tanto en los adultos como en los niños, todo proceso de curación, de sanar…. pasa por sentir y aceptar lo que se siente. A diferencia de los adultos que vivimos más orientados hacia el futuro, los niños viven en el presente. Un niño llorará, se sentirá triste, enfadado… pero acabará riendo y jugando . Lo importante para ellos es cómo le acompañemos en este momento vital entendiendo que la adversidad y la tristeza forman parte de la vida.
Como dijo Pasteur: “No evitéis a vuestros hijos las dificultades. Ayudarles a superarlas”
Mónica Escalona del Olmo
Directora Centro Zana. Centro Psicopedagógico de Atención Global
Dificultades de Aprendizaje, TDHA, Logopedia