La habilidad para manejar emociones de forma apropiada se puede y debe desarrollar desde los primeros años de vida ya que las emociones se expresan desde el nacimiento. De hecho, podemos hablar de un desarrollo evolutivo de la afectividad que se presenta de esta manera:
El recién nacido siente malestar o sosiego. Llora o ríe. Su mundo se basa en la satisfacción de necesidades físicas pero sobre todo afectivas (tacto, caricias, abrazos…). Hacia los 18 meses ya están activas todas las estructuras corticales del cerebro necesarias e implicadas en el mundo afectivo (el cerebro emocional o sistema límbico). La seguridad del afecto de la madre (u otro adulto de referencia) es lo que permite al niño explorar el entorno, dominar los miedos y tener seguridad para alcanzar los retos físicos y cognitivos para los que empieza a estar preparado (andar, hablar, etc). Hacia los dos años entran en su mundo afectivo “las miradas ajenas”, porque su seguridad y confianza se basa en los elogios o las muestras de aprobación de aquellos a quien él aprecia. Aparece todo el repertorio emocional: la alegría, la tristeza, el miedo, la rabia, el asco…
Hacia los 7- 8 años, aparecen los sentimientos (orgullo, culpa, vergüenza). Las emociones todavía no se expresan verbalmente, sino mediante el cuerpo y manifestaciones de la conducta: rabietas, gritos, insultos, somatizaciones, etc. Las emociones muchas veces se “escapan” y no se logran controlar adecuadamente. Hacia los 10 años, los niños pueden reconocer e identificar sus emociones y entienden que éstas deben controlarse.
La adolescencia es una etapa decisiva en la historia de toda persona. Los sentimientos y emociones fluyen con fuerza y variabilidad extraordinarias. Es la edad de los grandes ánimos y desánimos, de la rebeldía; del descubrimiento de una libertad interior que necesita también de control y apoyo de los padres.
Estrategias para estimular la inteligencia emocional en los niños:
Dar nombre a los sentimientos: poder nombrar emociones como el enfado, la tristeza, la alegría, el miedo… les ayuda a los niños a reconocer esas emociones cuando las sienten. Y saber qué es lo que sienten les puede ayudar a verbalizar lo que sienten, además de “saberse” reconocidos y comprendidos por el adulto. Podemos enseñarlo mediante cuentos, tarjetas con dibujos, etc. Para ello debemos hablar con nuestros hijos de lo que hace cada día (ir al colegio, de excursión, etc.), pero fundamentalmente de cómo se ha sentido en las diversas situaciones (triste, alegre, enfadado, rabioso, etc.). No se trata de que los padres hagamos un interrogatorio exhaustivo cada día, sino que seamos capaces de introducir este aspecto especialmente en situaciones “idóneas” (por ejemplo: un día en el que llegan del cole llorando, parecen enfadados, nerviosos…).
Para crear espacios de comunicación de forma estructurada (cuando éstos no existen o son escasos) puede resultar útil introducir lo que llamamos Diario Emocional. Se trata de una pequeña libreta (escogida por el niño) donde va anotando las pequeñas incidencias del día (bajo supervisión de los padres) y también lo más importante: las diferentes emociones implicadas
Un buen momento también para hablar de las emociones es cuando nuestro hijo ha tenido algún berrinche o mala conducta en casa. Entonces podemos analizar lo ocurrido y analizar qué emociones había detrás. Los padres podemos también expresar nuestras emociones ante lo ocurrido, independientemente de la sanción o castigo que hayamos aplicado si fuera necesario.
Relacionar gestos con sentimientos: Es importante que el niño aprenda a identificar emociones en otras persona para desarrollar la empatía, el “ponerse en lugar de y sentir con”. Podemos hacer gestos de sorpresa, tristeza, cólera, alegría, temor…, conversar qué emociones pueden estar sintiendo los personajes de un cuento o los actores de televisión.
No juzgar sus emociones, sino su conducta ante éstas. Una vez que nuestros hijos pueden reconocer e identificar emociones, es importante ayudarles a “canalizarlas” o expresarlas del modo adecuado. Un principio básico es que los padres no debemos “juzgar” negativamente las emociones o bien, “ignorarlas”. A menudo hacemos con nuestra mejor intención comentarios inadecuados ante una situación que le ocurre a nuestro hijo-a: “no estés triste por eso; es una tontería; no te enfades; olvídalo ya …”. Esta actitud es incoherente con el objetivo de desarrollar la inteligencia emocional. No podemos trabajar a la vez reconocer una emoción y posteriormente “negarla” o juzgarla.
Lo único que podemos juzgar como padres es la conducta inadecuada de nuestros hijos ante una determinada emoción. Una “buena” intervención sería decirles «tienes derecho a estar enfadado y lo entiendo pero no puedes expresar tu enfado rompiendo la puerta o insultando” Explícales lo que sí pueden hacer. Por ejemplo: correr en el jardín, dibujar figuras enfadadas, dar puñetazos a una almohada, arrugar un periódico, llorar, etc. Hacer esto no es malo, al contrario, porque expresar el enfado o la tristeza es positivo. Además de esto, podemos enseñarles a relajarse cuando estén nerviosos o disgustados, a respirar hondo mientras cuentan hasta tres y a expulsar despacio el aire. O darles un masaje…. Sin olvidar la mejor medicina que es la de ESCUCHAR sin juzgar y sin interrumpir, o solo, haciendo las preguntas necesarias para que ellos mismos se den cuenta de cómo pueden solucionar su problema y canalizar sus emociones “desagradables” (enfado, frustración, decepción…).
Alabar lo positivo: Felicítanos cuando tus hijos se enfrenten bien a sus emociones o muestren preocupación por los demás, diles que te das cuenta de ello.
Enseñar con el ejemplo: Esta es la mejor manera para que tus hijos entiendan cómo expresar adecuadamente las emociones, sin causar daño. Por ejemplo si has pasado un mal día en la oficina, y te has sentido “nerviosa e irritable”, les podemos contar que nos hemos ido de paseo para no gritar o pelear con los compañeros. Otras estrategias para calmar el estrés son: respirar hondo, darse un baño caliente, llamar a un amigo o escribir en su diario. Si tienes una explosión de mal genio delante de tus hijos, habla luego con ellos. Cuéntales por qué estaba enfadado. Luego explícales que te enfrentaste a tus sentimientos de forma equivocada y que intentarás hacerlo mejor la próxima vez. Debemos hablar de nuestros propios sentimientos y emociones como padres.
Ser coherentes y predecibles Los padres somos los referentes y los modelos principales hasta, al menos, la adolescencia. Si exigimos a nuestros hijos comportamientos o actitudes que son contrarias a nuestra propia forma de actuar, crearemos dudas y desorientación.
Es aconsejable que incluso cuando se dan conflictos serios entre la pareja, seamos capaces de consensuar unas líneas educativas comunes de actuación con ellos independientemente de nuestras diferencias como adultos.
«El éxito como personas de nuestros hijos en un futuro no dependerá de lo que les hemos podido dar materialmente, sino de la intensidad y calidad de las relaciones afectivas que hemos sido capaces de construir con ellos desde la infancia.”