La semana pasada conocí a Daniel en mi consulta. Tiene 10 años y estudia 5º de primaria. Es un niño despierto e inteligente, expresivo y comunicativo. Se mostró desde el principio abierto y hablador y como se suele decir, «hubo química » entre nosotros.
Cuando le pregunté por qué razón sus padres lo habían traído a una valoración pedagógica, él rápidamente me contestó: » ¡es que soy Hiperactivo!» .Yo contesté :¿Y qué crees tú que significa esa palabra?. Daniel no lo dudó: «pues que es casi un milagro que te estés quieto y no te muevas de la silla; que estés callado sin hablar con los compañeros; que dejes de jugar con la goma hasta que se rompe… y que no te castiguen en el cole aunque no sepas muy bien por qué. Bueno, otras veces, me meto en líos sin querer«.
Daniel definió su conducta y «problema» con claridad así como los sentimientos (desconcierto, inseguridad, infravaloración, rabia… ) que le causa su actual situación escolar y que le crea además un desajuste personal y social.
La valoración psicopedagógica confirmó el Diagnóstico: Daniel es efectivamente un niño con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad). No es un niño necesariamente malo, maleducado, desmotivado ni vago. Tampoco sus padres tienen la culpa porque lo educan mal o no le ponen límites. Todo lo contrario, sus padres están volcados en él y «agotados» física y psicológicamente porque deben ayudar a Daniel a hacer sus deberes, controlar su agenda, reponer cuadernos y lápices que pierde a menudo, contestar a las notas del profesor (que son más bien un conjunto de quejas) y miles de tareas más.
Todos hemos oído y utilizado el término «Hiperactivo» de forma coloquial, refiriéndonos a aquellos niños excesivamente movidos, traviesos o con problemas de conducta. Los profesionales que trabajamos dentro del campo de la Psicología infantil, nos referimos con este término a un cuadro con un conjunto de síntomas de base neurológica que poco tiene que ver con el niño travieso o malcriado.
De hecho, hablamos de TDAH . Se estima que un 5% de los niños menores de 10 años padecen Déficit de atención y es probable que los profesores tengan de uno a tres niños hiperactivos o «disatentos» en el aula. Este trastorno es más común en niños que en niñas.
Los síntomas principales son:
Déficit de atención.
Impulsividad e Hiperactividad Motriz.
El diagnóstico de TDAH no es necesariamente negativo a nivel de pronóstico, pero hemos de tener en cuenta que la falta de atención, la impulsividad y la inquietud motriz son características incompatibles con un buen rendimiento escolar y un adecuado comportamiento en el contexto escolar. Y teniendo en cuenta que el rendimiento escolar es la primera prueba de autoestima y valía personal que experimenta un niño, las características de esta sintomatología van teniendo repercusión en el desarrollo de su personalidad.
Y suele suceder, que a medida que avanzan los años y la exigencia escolar, los niños no detectados ni tratados adecuadamente no solo acentúan su sintomatología, sino que además presentan Inadaptación escolar, autoimagen negativa y un Autoconcepto erróneo de sí mismos (se hipervaloran o se infravaloran) además de otros problemas emocionales como ansiedad o depresión.
Por lo tanto, la detección precoz y el tratamiento adecuado es de vital importancia en estos niños. La detección requiere una Valoración Pedagógica no solo de los síntomas que el niño presenta sino también del potencial intelectual y otros aspectos cognitivos y emocionales (reacción a la frustración, síntomas de ansiedad o tristeza…), comportamentales y sociales (habilidades sociales, integración en el aula, grupo de amigos…).
El especialista médico (neuropediatra) es el que nos confirmará este diagnóstico y el que considerará el Abordaje farmacológico.
Todo tratamiento ha de ser integral y enfocado a todas las áreas del niño: escolar (mejora del rendimiento escolar y reeducación de sus dificultades de aprendizaje), personal y afectivo (mejora de la autoestima), social (desarrollo de habilidades Sociales), conductual (aplicación de programas en casa y en el colegio para conseguir conductas adecuadas y extinguir o suprimir las inadecuadas) y familiar (apoyo emocional, comprensión del problema y ambiente estructurado con normas claras y sistemáticas adecuadas a la exigencia del niño).
Por supuesto, la comprensión del problema por parte de padres y profesores y la coordinación entre ambos es vital para el desarrollo del niño y su ajuste académico y personal. Muchas veces, el primer obstáculo que estos niños encuentran, es un sistema educativo poco preparado para atender sus necesidades educativas, sociales y emocionales.
Pero no quiero acabar este artículo con un sabor «agridulce». Estos niños activos, nerviosos, despistados, lentos, absortos en su mundo, desorganizados… tienen cualidades estupendas. Destaca su sensibilidad, nobleza, afectividad, son cariñosos, imaginativos, creativos, simpáticos, luchadores… y tienen dones y habilidades especiales aunque no son las valoradas por el sistema educativo.
Los podríamos comparar con los integrantes de una orquesta en el que cada uno toca un instrumento con gran habilidad pero parece imposible que toquen juntos a la vez, coordinados, siguiendo un mismo ritmo o melodía, respetando el turno. Y es difícil de conseguir una actuación perfecta…. Tan solo necesitan un Director que vea su potencial y les enseñe de forma diferente, respetando su particularidad…. para lograr un sonido maravillosamente diferente en una actuación «perfecta».