Todos buscamos ser felices y vivir con plenitud. Lo deseamos para nosotros, para nuestros seres queridos. Y si somos padres, especialmente para nuestros hijos. Por esto es tan importante desarrollar la inteligencia emocional desde que somos niños.
Definir exactamente la felicidad es difícil pues cada persona tiene su propio prisma. Lo importante es cómo se construye, cómo la aprendemos y cómo convertirla en un compañero de viaje en nuestras vidas.
A menudo, nos preocupamos por el éxito laboral, el bienestar físico, la obtención de bienes materiales… como medio para lograr una vida personal plena. O basamos la educación de nuestros hijos en potenciar sus habilidades intelectuales, cognitivas y físicas, centrándonos en una parte de su desarrollo: “Saber conocimientos; Saber hacer”. A menudo olvidamos desarrollar en ellos la faceta SABER SER, ligada al terreno de las emociones y sentimientos que a veces no sabemos gestionar ni dominar y que determinan nuestro día a día, alejándonos o acercándonos del bien-estar emocional.
En 1990, dos psicólogos norteamericanos, el Dr. Peter Salovey y el Dr. John Mayer, acuñaron por primera vez el término Inteligencia Emocional. Pero fue el investigador y periodista Daniel Goleman quien llevó el tema al centro de la atención en todo el mundo, a través de su obra ‘La Inteligencia Emocional’ (1995). Goleman la definió como la capacidad humana de sentir, entender, controlar y modificar estados emocionales en uno mismo y en los demás.
Posteriormente, apareció la teoría de ‘las inteligencias múltiples’ de Howard Gardner, quien plantea que no existe una única inteligencia, sino que las personas tenemos 7 tipos de inteligencia:
- Inteligencia Lingüística: relacionada con la capacidad verbal y el lenguaje.
- Inteligencia Lógica:relacionada con el pensamiento abstracto.
- Inteligencia Musical: desarrollo de habilidades musicales y ritmos.
- Inteligencia Visual – Espacial:La capacidad para integrar elementos, percibirlos y ordenarlos en el espacio.
- Inteligencia Kinestésica:Abarca todo lo relacionado con el movimiento corporal y las aptitudes físicas.
- Inteligencia Interpersonal:Implica la capacidad de establecer relaciones adecuadas con otras personas.
- Inteligencia Intrapersonal:Se refiere al conocimiento de uno mismo, la autoconfianza y la automotivación.
Estas dos últimas inteligencias están muy relacionadas con la competencia social y emocional. De hecho, la Inteligencia emocional engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía y las habilidades Sociales.
La persona que dispone de estos recursos, podemos decir que es Emocionalmente Inteligente, y tendrá un buen ajuste personal y social y disfrutará de las experiencias positivas de la vida. Pero no debemos olvidar que la Inteligencia Emocional es ante todo, saber afrontar de forma positiva nuestros “fracasos”, frustraciones, pérdidas y errores, inevitables y necesarios. Ser INTELIGENTE EMOCIONALMENTE ES PODER CRECER, EVOLUCIONAR Y APRENDER de todo lo que nos pasa, “positivo y negativo” para después RE-INVERTARSE.
Así pues, la meta no es la felicidad y la alegría continua. La felicidad es fantástica cuando nos visita, y en ese momento, hay que disfrutarla con toda la intensidad. Pero debemos aceptar que también nos visitará la tristeza, el miedo, el asco, la rabia, la culpa…
Goleman habla de emociones buenas (alegría, curiosidad, sorpresa, admiración, seguridad) y emociones malas. No hay emociones buenas o malas sino agradables y desagradables. Todas las emociones son necesarias y nos enseñan algo de nosotros mismos. La inteligencia emocional no es evitar las emociones “negativas” y buscar siempre las “positivas”. Es saber con-vivir con todas ellas, con todo el universo emocional.
Ser inteligente emocionalmente requiere además saber colocarse emocionalmente de forma correcta para cada situación de nuestra vida; es decir, saber identificar cuál es la emoción apropiada para cada “problema” o situación que nos ocurre. “Aceptar que estamos tristes si hemos perdido algo; enfadados si hemos sufrido una injusticia o saltar de alegría cuando hemos conseguido algo que requirió esfuerzo y trabajo”. Esta es la base de la ADECUADA GESTIÓN Y REGULACIÓN EMOCIONAL.
Esta tarea no es fácil pero desde luego, es posible. Todos podemos aprender a SER EMOCIONALMENTE INTELIGENTES.
Como padres, primero debemos reflexionar sobre nosotros mismos y entender que lo que nosotros “hacemos y pensamos” como padres está condicionado por la emoción que “activamos” en una situación y no tanto por decisiones que tomamos desde la razón.
Si tenemos una buena gestión emocional “propia”, es más fácil que la tengan nuestros hijos. Ellos aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos, y aunque no nos demos cuenta, nos observan continuamente.